Discípula de la infancia, la voz de los poemas por momentos muta en dos: la que se encuentra con lo nuevo y la que ya es grandota, que mira el mundo a través de los años y no solo a partir del asombro de los sentidos.
En la repetición de las sílabas hay una evocación a cancioncitas infantiles, como si la sonoridad intersilábica, la rima a final del verso, guiaran al lector por un mundo de emociones que vibran en la página transmitiendo felicidad y misterio. Están también, sutiles, esos gestos punks que hacen del poema un stop de golosina. Los poemas manchados, sucios, enojados, medio con bronca.