La relación entre Virginia Woolf y la excentricidad era peculiar. “Desde el primer momento se vio que ella era incalculable, excéntrica y propensa a los accidentes”, señala su sobrino, el historiador de arte Quentin Bell. Su aspecto, su ropa y, en suma, ella misma podían generar impresiones encontradas. “Tenía una presencia que la volvía notable de inmediato”, dice Madge Garland, legendaria editora de Vogue, al recordar la primera vez que la vio, en los años veinte. Pero lo que también le llamó la atención fue que esa mujer elegante y distinguida llevara puesto “lo que solo podría describirse como un cesto de basura dado vuelta en la cabeza”.
Matías Battistón
Si al llegar más o menos a los cuarenta años les parece que otras distinciones se desdibujan en lugar de nimbarlos de gloria, tal vez valga la pena que investiguen, suponiendo que insistan en llevar algún título, qué se puede hacer en aras de la excentricidad. Aunque déjennos advertirles que el fracaso es probable.
Virginia Woolf