¿Puede una plegaria nacer del grito que la ciudad aprende a ignorar?
En estas páginas, palpita una poesía que muerde: voces surgidas de callejones sin nombre, que rezan a dioses rotos y celebran la belleza donde el sistema solo registra escombros. Con un góspel profano, Emanuel Aguilera convoca a marginados luminosos —adictos, prostitutas, huérfanos, ángeles de pasillo de hospital— para que canten su derecho irreductible a existir. El eco dialoga, a contraluz, con la desobediencia de Pizarnik y Bukowski, con la confesión abrasiva de Plath y el humanismo callejero de Whitman, pero se ancla de lleno en nuestro presente: algoritmos que clasifican cuerpos, diagnósticos exprés de salud mental, violencias naturalizadas y heterodoxias de género que piden voz.
En Evangelio de los malditos, cada poema es un golpe de lucidez que desnuda la telaraña social y desmonta paradigmas en los que estamos atrapados: el mito del esfuerzo que disfraza la desigualdad; la fe de escaparate que domestica la rabia; la pulcritud normativa que silencia el dolor. Con sangre y música, la palabra rasga el silencio y alumbra la posibilidad incendiaria de redención colectiva.
¿Qué evangelio nacerá de nuestras voces cuando las ruinas se vuelvan coro?