Este libro no viene a afirmar nada que el lector no haya sospechado antes, pero lo hace desde un ángulo inesperado. ¿Qué es un diario cuando desborda su molde? ¿Y qué es una novela cuando se resiste a serlo? No es un diario íntimo, aunque contenga confesiones. No es un ensayo, aunque piense con agudeza. Es un gesto de escritura, de persistencia, de búsqueda.
Diario inútil no es un libro que se lea de corrido: se atraviesa. Como quien transita una ciudad sin mapa. Es un intento —uno más— por fijar lo que ocurre mientras ocurre. Un registro a destiempo de pensamientos que irrumpen sin permiso, de escenas mínimas, de perplejidades humanas y certezas que se deshacen al primer párrafo. No hay recorrido lineal, hay tránsito. No hay moraleja, hay ecos. Ricardo Añez Montiel no escribe para complacer ni para impresionar. Escribe como quien camina en círculos alrededor de algo que no logra nombrar del todo, pero cuya presencia se impone. ¿Y si lo importante no fuera llegar, sino demorarse en los bordes?
Por momentos se insinúa que algo está por comenzar. Que en la página siguiente el texto encontrará un cauce reconocible, una dirección clara. Pero no. El diario persiste. Avanza, se repliega, se interrumpe, se dispersa. Se filtra por los intersticios de lo común: una discusión doméstica, un viaje en taxi, una espera en el hospital, una ida al cine. ¿Y si lo extraordinario residiera, justamente, en lo inadvertido? No sucede nada, y sucede todo. La voz que escribe no ofrece respuestas, ni las persigue. Observa. Y al observar, propone otra manera de habitar el tiempo.
Este libro rehúye el encasillamiento. Oscila entre registros, tantea caminos, se desplaza con la libertad —ilusoria o no— del diario personal y con la intuición de que toda novela, hoy, puede ser cualquier cosa. Diario inútil no pretende ajustarse ni lo necesita. Recorre la superficie de lo habitual como quien cava, dejando que lo fragmentario, lo imprevisto, lo aparentemente menor revele otra densidad.
Quizás eso sea, en definitiva, lo más necesario. O al menos, lo más honesto que puede ofrecer la literatura.