El bosque es un portal. Quien se atreve a él debe estar dispuesto a cruzar a otra dimensión, con los peligros que esto conlleva. Derian Passaglia vuelve a este motivo con las gracias siempre frescas del ensayo, para mostrarnos su cercanía inquietante: el bosque puede crecer, mitológicamente, a orillas del legendario lago de Nemi, o puede domiciliarse al final de una construcción cualquiera, en el amontonamiento de árboles al fondo de una escuela o al otro lado de las vías del tren. Este movimiento pendular va de una erudición amigable, formulada como al pasar, a los expedientes personales, recordando que los grandes ensayos avanzan cifrando la novela del ensayista.
Todo ocurre con el nomadismo del bosque como pretexto que, por ir de acá para allá, parece deslizarse por un plano inclinado: puede resultar familiar para volverse de pronto monstruoso, cuando no las dos cosas a la vez (estos bosques ambiguos, que encarnan en lecturas apasionadas de Kafka o del capitán Kurtz, donde conviven ambas visiones, representan, por siniestros, momentos altos de este libro). La propia lectura se contagia de esta agilidad, de este vértigo de deslizamiento.
Yo escroleaba así, con furia este texto que leí en la computadora, mientras anhelaba el libro ya hecho, con tapa y páginas adentro, para poder llevar a su punto máximo el placer de la lectura. Dichoso el lector, que ya lo tiene en sus manos.
Francisco Bitar