Si toda narración ofrece una experiencia intelectual más o menos rica, el viaje sensitivo donde personajes, atmósferas, climas, sofoques y desahogos pervivan en el lector es algo más infrecuente. Los incendios, nueva novela de Martín Cristal, produce una lectura vívida: salimos de ella como si hubiéramos poblado cuatro cabañas en un austero complejo de las sierras cordobesas. En aquel espacio ocupado por el dueño del paraje, un matrimonio y sus mellizas, una madre con su hijo en busca de vacaciones, y un hombre solo con otro objetivo, las tramas se tejen con intrigas que van de lo policial a lo doméstico, de lo afectivo a lo social. Como si aun en el receso no fuera posible dejar la vida atrás, asistimos a diferentes modos de habitar la sincronía de las vacaciones y su paradojal mandato de entretenerse y pasarla bien. Acá la sequía, que carcomió el agua de arroyos y lagunas, y los incendios que bordean las sierras con sus cortes de luz, no vuelven sencillo al ocio.
Gracias a una prosa punzante en cuanto a la descripción del detalle y el sentido, sentimos calor y agobio, frustración y deseo, y la inminencia de peligros que se perfilan en coreografías imprevisibles, tan bien delineadas que nos identifican más allá de nuestras biografías. Maestro de la comparación y la metáfora dosificada y por ende poderosa, Cristal nos enfrenta a la sedimentación del lenguaje sacudiéndolo, reinventando nuevas formas de vislumbrar y decir.
Sin forzar virtuosismos, explora las posibilidades de los tiempos verbales como quien quiere decir que algunos temores, ciertas marcas, determinadas estrategias, ante las amenazas, a lo largo de la vida, son algo permanente; y de lo cual no se puede rehuir del todo.