Alberto y el narrador se ven sometidos a una disyuntiva ante la necesidad de tomar una decisión inminente: la pregunta imposible de un alumno gigante de una universidad inglesa detona una serie de opciones que, como caminos que se bifurcan, se abren en abanico frente a ellos. Y en abanico se abren, también, los caminos de los dos protagonistas.
La apuesta de Katchadjian en Qué hacer es capciosa. Por un lado, el lector encontrará todos los elementos que podrían hacerle suponer que lo que tiene en sus manos es una novela. Y, efectivamente, es una novela. Sin embargo, en este caso los elementos constitutivos del género se encuentran todos al servicio del lenguaje y de un orden narrativo particular: la trama no es lineal, avanza proponiendo cruces, círculos, frecuencias de longitud de onda variable que, como en una corriente alterna, retornan y se alejan de un eje de origen; los personajes –alumnos, soldados, pobres de espíritu, bebedores– se transforman, mutan en sistemas anómalos; los escenarios –universidades, trincheras, cantinas, barcos, manantiales– se intercambian y, aun así, sostienen la estructura.
En uno de los varios retornos a la escena del comienzo podríamos encontrar algunos indicios sobre la lógica de este sistema: si los contenidos son irracionales porque no se sabe de dónde emergen, dice el narrador, el sistema de contenidos es lo único racional que existe y deberíamos confiar en eso.