La vida de un poeta es un entramado de experiencias, reflexiones y, a menudo, la búsqueda incansable de la expresión. Antonio Cisneros, en estas líneas que acompañan su obra Canto ceremonial contra un oso hormiguero, nos invita a un viaje íntimo a través de los años sesenta, una década de profundas transformaciones culturales y personales. Desde el nacimiento de su hijo Diego en el simbólico día del trabajo de 1966, hasta su inmersión en el efervescente Londres de 1967, Cisneros nos relata cómo la inspiración lo encontró en medio del caos y la creatividad. En la soledad de su hogar londinense, envuelto en un viejo abrigo, escribió los versos que darían vida a este poemario. Su felicidad, a pesar de las penurias económicas y la estufa averiada, radicaba en una "alma de esponja" siempre dispuesta al asombro, una capacidad invaluable para aprender "la tristeza no se resuelve con un plan quinquenal".
El reconocimiento no tardó en llegar. En 1968, Canto ceremonial contra un oso hormiguero fue galardonado con el prestigioso premio de la Casa de las Américas de La Habana, un hito que le granjeó fama, recursos y, como suele ocurrir, una legión de admiradores y detractores. La esencia de este libro reside en la vida misma. Sus versículos, largos y sinuosos como serpientes, buscan abrazar la totalidad de la existencia: lo corporal y lo espiritual, lo íntimo y lo colectivo. Cisneros logró amalgamar la solemnidad con la jerga, creando un lenguaje que oscila entre ambos polos con un optimismo socarrón, reflejo fiel de sus días en la vida real.