La potentada de Mauro Ignatti mezcla el desborde dramático de las novelas centroamericanas con la opulencia de la comedia del arte italiana. Una madre soltera del conurbano quiere aprovechar el poder erótico de la sensualidad ordinaria de su hija para ascender de clase social. Lo que entiende por ascenso es apenas una mejora mínima que no moverá la vara de las estadísticas, pero trascendental y considerable en lo que respecta a la supervivencia de estas dos mujeres que seguirán siendo pobres, aunque la madre logre casar a la hija con el almacenero del barrio. Hacer reír a los lectores es de lo más difícil en literatura: con un tono muy bien logrado, el autor logra que nos detengamos en la fragilidad de las jerarquías hacia adentro de los sectores más vulnerados, donde los nuevos paradigmas de empoderamiento femenino no solo son impensados, sino que, de pensarse, a la hora de cubrir las necesidades básicas, funcionarían menos que un chiste.
Mariana Komiseroff
Una madre que trama, una hija que resiste, un almacenero que no entiende del todo en qué se metió. La potentada avanza como un tren sin frenos: página a página, el plan de Elvira casar a Olga para salir del pozo-se transforma en una maquinaria absurda y fascinante donde el amor, el sexo y la familia se mezclan con un estruendo que no deja aire. Ignatti no escribe solo una novela: monta una escena viva, sudada, con personajes que huelen, gritan, y se disputan el poder en una casa donde hasta el desodorante tiene protagonismo.
En este universo donde la supervivencia es una actuación perpetua, la farsa se mezcla con la tragedia, y los vínculos familiares se tensan hasta el absurdo. Con diálogos filosos, escenas cargadas de delirio y un humor exquisito, el autor construye un retrato feroz de la vida en los márgenes, donde el progreso es una farsa, el deseo una moneda sucia, y la voluntad apenas una excusa para no rendirse.