Hasta aquella duna, dije es un umbral. Un cuaderno abierto al borde del mar, donde la memoria se moja los pies y la escritura camina sola.
¿Qué nombres resisten en el humo del tiempo? ¿Qué se olvida para seguir viva? En este libro, una mujer se sienta, observa, escribe. Las palabras llegan con el ritmo de las olas: no explican, no salvan. Acompañan. Como un padre que ya no está. Como un hijo que crece. Como una casa que se deja habitar por el silencio.
María Gabriela Moreno escribe desde un borde: entre la pérdida y el renacimiento; entre el cuidado y la huida; entre el barro de las raíces y la sal que limpia. La suya es una voz que no grita, pero se impone. Como las achiras: esas flores que nadie riega, pero que vuelven cada verano.
Este libro desarma el mito de la mujer disponible, del amor eterno, de la familia feliz. Y lo hace con una belleza obstinada, como si decir fuera una forma de seguir. Dialoga con la crudeza luminosa de Alejandra Pizarnik, la intimidad feroz de Sharon Olds y la lucidez herida de Chantal Maillard.
Y, entonces, solo queda eso: regar, mover la tierra, repetir el gesto mínimo. Escribir, a lo mejor, es confiar la memoria al vaivén del mar: permitir que las olas escojan lo que permanece y devolvernos, a cambio, aquello que aún late bajo la arena.