En el particularísimo arco de tiempo que cubre este libro, en el antes y el después, cabe un sinfín de emociones, preguntas y pequeños hallazgos.Hay un mundo de calles de barrio y de canciones, imágenes y deslizamientos; hay momentos de velocidad y otros de andar en puntas de pie.Es el tiempo de la mudanza y eso implica no solo mover objetos y habitar una casa nueva, sino también nuevas perspectivas, un movimiento interior, un cambio de escala y de piel.En el antes, las cuerdas se tensan, los bordes pueden dar susto, las palabras y los silencios chocan y un pedacito de corazón queda latiendo sobre la mesa.“Casi se vuelve un mantra cuando algo que luego será definitivo está por suceder”, se lee, y un ratito después: “pero del otro lado de la avenida/te espera una casa/un chalet celeste típico…” Entonces se abren otras preguntas: “¿Florecerá el níspero? ¿Lo que cava el alma encontrará su camino? ¿Qué huellas dejarán las nuevas tardes? ¿Y cómo decir lo que duele y también eso que alegra el corazón? Porque la voz detrás de estos versos sabe abrir pasajes, inventa atajos o se adentra en un río para convertirse, con los hijos, en “boyas” amarillas, una foto renovada de verano y de familia. Por momentos hay algo de puesta: el aparador, las camas deshechas. Lo cotidiano y la costumbre de apilar ropa sobre el sillón; el jardín como un lugar donde hacer pie y festejar cumpleaños, apagar velitas. Bienvenido “Los días pasan en forma de nube”, este libro de poemas nuevísimo que creció en el tiempo hasta cobrar fuerza y belleza. Los días que pasan luminosos o sombríos; los días inventados y cada vez más propios, las horas en forma de nube y de poesía