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Descripción

La casa se agita y no hay signos en rojo en la escala de Richter, el suelo reverbera y no es eco del romance de una antigua falla geológica tomando revancha a través de los tiempos. Es la vida la que tiembla y cede en su propia ligereza al insistente susurro del presente. Como el aire que detiene la tensión del arco, nos afirmamos a un ramaje quebradizo para decir: la sombra del ahora, su fijeza imposible, la forma breve del amor planeando sobre un río en movimiento. Practicar el hábito trabajoso de la demora, escuchar los pájaros aún detrás de las cortinas traslúcidas del anhelo en demolición. Ensayar una furia ordenada que sostenga la vista a la altura de los ojos. No es el pasado o el futuro lo que hiere el altar del corazón, sino el hueco de la hora que transcurre y su aspereza, la incomodidad de los huesos en ese punto ciego.

Tembladeral es una partitura para la música de la mano vacía: esa palma que, abierta, lee el viento y se apoya en su corriente suave para repartir el peso del cuerpo y caminar así sobre el pantano sin hundirse. Observar el gesto del ave que oye el latido de la ciénaga y su peligro y sabe, que su paso será huella húmeda, suspiro rupestre de segundos de visibilidad.

Tembladeral, la realidad no es más firme: / se vuelve serpentina. Temblar entonces, escribir una didascalia de los bordes. Soy y no soy / la que lleva la linterna / Soy y no soy / mi casa. Aprender a respirar en la distancia esmerilada entre las cosas que aún no encuentran su ala, su huella, su arroyo de sangre entre las nubes.

Gabriela Clara Pignataro